lunes, 25 de agosto de 2014

Devociones: "Mansedumbre".

El manso está confiado en que Dios defiende a los suyos y que no requiere de su ayuda para hacerlo: Mateo 5:1-12.

       Las primeras dos bienaventuranzas tienen que ver con un estado espiritual producido por la intervención de Dios en nuestras vidas. Por la acción del Espíritu Santo quedan desnudadas todas las posturas y actitudes que en algún momento nos llevaron a pensar que éramos algo. Nuestra penuria espiritual es dolorosamente evidente, y nos quebrantamos internamente por esta realidad tan radicalmente opuesta a la que creíamos poseer. La bienaventuranza que mencionamos hoy está apoyada sobre la condición espíritual que describe la primera y segunda bienaventuranza.
     "Bienaventurados los mansos, pues ellos heredarán la tierra". Al igual que los eslabones en una cadena, esta condición no puede existir aislada d ela pobreza y el quebranto espíritual. La mansedumbre, no obstante, nos introduce en el plano de las relaciones humanas. Es importante que entendamos que las relaciones sanas no dependen de la calidad de las personas que la componen, si no de la existencia de un fundamento espíritual que permite que nos veamos tal como somos.
     La mansedumbre es la actitud que confirma que la conciencia de pobreza espíritual es verdaderamnente producto de un accionar de Dios, y no de nosotros mismos. Cuando estamos vestidos de mansedumbre podemos aceptar, con una actitud de quietud y sosiego interior, aquellas cosas que nos resultan dolorosas, humillantes o difíciles. Otros tienen libertad para señalar nuestros defectos y errores y no reaccionamos con airada indignación, buscando justificar lo injustificable. Es el Espíritu el que ha traído a la luz estas mismas condiciones y por eso podemos tomar las palabras de los demás como una confirmación de lo que ya nos ha sido revelado.
     Frente a situaciones de injusticia, somos lentos para reaccionar. No nos preocupan los insultos o las acciones que dañan nuestra reputación. Estamos confiados en que Dios defiende a los suyos y que  no requiere de nuestra ayuda para hacerlo. Esta fue la actitud de Moisés cuando se levantaron contra él María y Aarón (Números 12) y los hijos de Coré (Números 16). La Palabra lo describe como "el hombre más manso de la tierra" (Números 12:3).
      Más adelante, Jesús invitaria a todos los cargados y angustiados a que se acercaran a él, porque él era "manso y humilde de corazón" (Mateo 11:29). En el momento más duro de su trayectoría terrenal demostró mansedumbre absoluta cuando, "al ser maldecido, no respondía con maldición; al padecer, no amenazaba" (1 Pedro 2:23). No podemos evitar la sospecha de que gran parte de nuestra propia fatiga se debe, precisamente, a nuestros interminables esfuerzos por defender y justificar lo nuestro.
    Una vez más, vemos que la recompensa marca un fuerte contraste con los conceptos típicos del mundo. La filosofía de estos tiempos afirma que la tierra pertenece a aquellos que no "se dejan estar". En el reino de los cielos, la tierra es precisamente de aquellos que dejan de luchar, argumentar y pelear para asegurarse del respeto que, según entienden, se merecen. Descansan en Dios y saben que él es el levanta y derriba, el que sostiene y el que quita. Es ampliamente generoso para velar por los intereses de sus hijos.

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