martes, 12 de agosto de 2014

Devociones: "Inusual poder".

El íntimo conocimiento que posee de nuestra condición humana convierte a Cristo en el compañero ideal: Hebreos 2:18.

       El autor concluye sus argumentos resaltando dos elementos distintivos de la figura del Mesías. En primer lugar señala que el sufrimiento fue motivo de tentación en la vida del Señor.
   No dudo de que muchos otros asuntos también pueden convertirse en fuente de tentación para nosotros, sin  que necesariamente impliquen pasar por momentos de angustia. La seducción de ser deshonesto para aumentar las generaciones o la de ceder ante las insinuaciones sexuales de quien no es nuestro cónyuge, por ejemplo, se disfrazan de inocencia. Nada prueba tan profundamente el espíritu del ser humano, sin embargo, como el sufrimiento.
     No son las particulares causas de este sufrimiento las que lo tornan difícil de sobrellevarlo. Es indistinto si se trata de una injusticia, una enfermedad, una deuda impagable o la muerte de un ser querido. La dificultad de perseverar en medio del sufrimiento en nuestra baja tolerancia al dolor que nos produce. Podemos adaptarnos a situaciones de sufrimiento, pero nunca llegamos a sentir paz cuando nos rodean circunstancias angustiantes. En lo más profundo de nuestro ser no podemos dejar de sentir creemos algo en la vida ha dejado de funcionar correctamente para que se haya producido esta situación, que consideramos inmerecida.
     El sufrimiento, entonces, es la experiencia que más nos invita a renegar de nuestro llamado, a transformar nuestro dolor en reproches y amargura contra aquel que consideramos culpable de lo que vivimos. Solamente las personas de una inusual talla espíritual logran mantenerse firmes y erguidos en medio de situaciones que doblegarían  ala mayoría.
    Jesús sintió, en lo íntimo de su corazón, las más intensas batallas para evadir situaciones de dolor. Ninguna escena ilustra tan claramente la feroz tentación que enfrentó como su experiencia en el jardín de Getsemaní. Por su propia confesión reconoció que estaba "angustiado hasta el punto de la muerte". La clase de lucha que se requiere para sobreponerse a esta sensación abrumadora de dolor no es externa. No se libra con frases envalentonadas, ni con declaraciones osadas. Más bien requiere de una férrea disciplina para "tomar cautivo todo pensamiento" a la obediencia del Padre.
     Su íntimo conocimiento de los mecanismos que entran en juego en situaciones de crisis convierten  a Cristo en la persona idónea para socorrer a quienes atraviesan por la misma agonía. Su experiencia, en carne propia, de la intensidad de esta lucha lo convierten en el compañero ideal para socorrer a los que se sienten tentados a ceder ante el sufrimiento.
   Este punto no es menor. No son los fuertes, ni los que creen que no están expuestos a ninguna tentación los que requieren ayuda. Son los que , entre lágrimas, confiesan estar angustiado "hasta el punto de la muerte". A estos socorre Aquel cuyo corazón es, y siempre será, fuente de intensa e inagotable compasión.

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