lunes, 21 de julio de 2014

Devociones: "El Poder de una Promesa".

La promesa está más relacionada con el presente que con el futuro: 
Hebreos 6:13-15.

        El autor de Hebreos nos ofrece el ejemplo de Abraham como uno digno de imitación. Dios prometió convertir su descendencia en una nación. Esperó con gran paciencia el cumplimiento de esa promesa, veintinueve interminables años. En ese momento se dio apenas el primer paso en la gran visión de Dios, que fue constituir al patriarca en padre de una nación.
  La exhortación a los lectores es de que sean diligentes en la espera. La diligencia no se refiere a ayudar nosotros para que se cumpla la promesa. Este fue el error que cometió Abraham con Agar. Más bien se refiere a una actitud de firme confianza. aún cuando el paso del tiempo pareciera burlarse de la promesa que alguna vez se pronunció.
    Si Dios no esperara nada de nosotros no tendría sentido que comunicara una promesa con tanta antelación. ¿Qué sentido tenía decirle a Abraham que iba a ser padre de una multitud casi tres décadas antes de que se diera el suceso, si el patriarca nada podía hacer al respecto? ¿Por qué se aferró Jacob a la esperanza de ser enterrado en la tierra de sus padres? ¿Qué veía él que lo impulsaba a volver a su tierra de origen, aún estando muerto?
   Resultaba evidente que al compartir la promesa el Señor deseaba que se produjera algún cambio en la forma en que estos hombres vivían en el presente, aún cuando el cumplimiento de la misma sería en un futuro distante. En ocasiones, como señalará el autor en el 11, 13, algunos apenas llegaron a saludar de lejos lo que veían, gozándose aún cuando sabían que no iban a disfrutar de dicho evento.
   De alguna manera, entonces, el Señor espera de nosotros que entendamos que somos parte de algo mucho más grande que la corta existencia de nuestras propias vidas. Este proyecto celestial al que pertenecemos es tan gigantesco que se estira a través del tiempo, desde la eternidad hacia la eternidad. Percibir la grandeza de este plan nos libra de las  mezquindades y los egoísmos típicos de quienes creen que la vida comienza y termina con nosotros.
    Cuando logramos fijar los ojos en una promesa futura produce una actitud diferente en el presente. Nos salva de la amargura, el resentimiento o la resignación que es tan común en muchas religiones. Entendemos que todo lo que sucede en nuestras vidas obedece a un propósito mayor. Logramos escapar de la sensación que la vida es injusta, que trabajamos en vano porque todo seguirá siempre igual. Más bien, nos atrevemos a seguir soñando, porque tenemos una certeza inamovible en la confiabilidad de Aquel que ha prometido. Él no es hombre para olvidarse de sus promesas. 
  Cumplirá lo que ha proclamado, aún cuando tarde diez, veinte, cincuenta, o cien años para hacerlo. A los gigantes de la fe, el momento del cumplimiento le es indistinto. Les basta saber que Dios lo hará.

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