viernes, 11 de julio de 2014

Devociones: "Capacitación".

El sufrimiento provee el mejor entorno para aprender obediencia: 
Hebreos 5:8-9.

    Me gusta la forma en que la Nueva Traducción Viviente presenta este texto: "Aunque era Hijo de Dios, Jesús aprendió obediencia por las cosas que sufrió. De ese modo, Dios lo hizo apto para ser el Sumo Sacerdote perfecto, y Jesús llegó a ser la fuente de salvación eterna para todos los que le obedecen".
    La frase "Jesús aprendió obediencia" nos descoloca. Creemos que, por ser Hijo de Dios, estaba exento de este proceso. Somos nosotros, los que hemos sido afectados por el pecado, quienes necesitamos de esta escuela. El mismo autor de Hebreos, sin embargo, nos aclaró que Jesús, aunque parecido en todas las cosas a nosotros, estaba sin pecado(Hebreos 4:15).
   La obediencia está íntimamente ligada a uno de los regalos más preciosos que hemos recibido del Creador: la libertad. Ser libres implica que gozamos del privilegio de elegir, y este privilegio es el mismo para pecadores  y no pecadores. No estamos obligados  a transitar ningún camino que no hayamos previamente escogido. Esto no elimina, de ninguna manera, las consecuencias que puedan tener nuestras elecciones. Es uno de los contratiempos que impulsan el uso responsable de la libertad.
    Y esta es, precisamente, una de las principales metas en la capacitación d eun siervo útil en las manos de Dios. Debe aprender a emplear con responsabilidad la libertad que ha recibido. Jesús, por lo tanto, no escapó de la capacitación que Dios ha reservado para todos aquellos que ha escogido incluir en sus proyectos.
     La forma más eficaz de llevar adelante esta capacitación es exponer al siervo a situaciones de sufrimiento. La obediencia no se aprende en un aula, o leyendo un libro acerca del tema. Se asimila en el contexto de las decisiones complejas que son parte de nuestra existencia terrenal. Y las oportunidades para el aprendizaje se multiplican cuando las decisiones a las que nos enfrentamos tienen mayor peso en el rumbo de nuestra vida. No está en juego lo mismo cuando elijo qué canal de televisión voy a mirar, que cuando decido si voy a operarme o no de un cáncer maligno. Cuántas más intensa y agónica sea la decisión, mayor será la oportunidad de aprender obediencia. Es por esto que no encontramos un sólo siervo de Dios que haya sido librado de la necesidad de transitar, al menos por un tiempo, por el camino del desierto, donde se purifican las tentaciones del corazón.
   La perfección que produce este refinamiento no tiene que ver con ser libre del pecado. Se refiere, más bien, a alcanzar el estado óptimo para cumplir el llamado que uno ah recibido. Por medio del sufrimiento. Jesús se convirtió en el Sumo Sacerdote que el Padre necesitaba. Aunque descargó sobre su vida nuestros pecados, él no dijo ni una sola palabra. Avanzó hacia la cruz en obediencia absoluta, su mansedumbre es la marca de un hombre refinado en la escuela de Dios.
 

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