martes, 22 de abril de 2014

Devociones: "No apaguéis al Espiritu".

"No apaguéis al Espiritu. No menospreciéis las profecias" 
(1 Tesalonicenses 5:19-20).

     Cuando pensamos en apagar, generalmente lo relacionamos con fuego. Apagamos el fuego cuando arrojamos agua sobre él. De este modo lo extinguimos por completo o reducimos grandemente su alcance y eficacia.
     El fuego se emplea en las escrituras como un tipo del Espiritu Santo. Él es ferviente, abrasador y entusiasta. Cuando las personas las personas están bajo el control del Espiritu, son resplandecientes, ardientes y desbordantes. Apagamos el Espiritu cuando suprimimos Su manifestación en las reuniones del pueblo de Dios.
    Pablo dice: "No apaguéis al Espiritu. No menospreciéis las profecias". La manera en la que vincula apagar al Espiritu con el desprecio a las profecias nos lleva a creer que apagar tiene que ver ante todo con las reuniones de la Iglesia local.
     Apagamos al Espiritu cuando hacemos que un hombre se avergüence de su testimonio por Cristo, sea en la oración, la adoración o el ministerio de la Palabra. Una cosa es la critica constructiva, pero cuando criticamos a un hombre por palabras o detalles quisquillosos, le desanimamos o hacemos que tropiece en su ministerio público.
    También apagamos al Espiritu cuando tenemos servicios tan organizados que le oprimen como una camisa de fuerza. Si se disponen las cosas en dependencia del Espiritu Santo, nadie puede objetar. Pero si los arreglos se hacen del ingenio humano dejan al Espiritu Santo como un mero espectador en lugar de ser el director.
     Dios ha dado muchos dones a la Iglesia. Concede dones diferentes para tiempos diferentes. Quizás un hermano tiene una palabra de exhortación para la consagración. Si todo ministerio público se centra en los mismos hombres, entonces el Espiritu no tiene libertad para suscitar el mensaje necesario para el tiempo apropiado. Este es otro modo de apagar al Espiritu
     Por último, apagamos al Espiritu cuando rechazamos Su impulso en nuestras vidas. Quizás somos movidos poderosamente a ministrar sobre cierto tema pero nos abstenemos por temor al hombre. Nos sentimos impulsados a guiar la oración pública pero permaneceremos sentados por timidez. Pensamos en un himno que seria especialmente apropiado pero carecemos del valor para anunciarlo.
      El resultado que se produce es que el fuego del Espiritu se apaga, nuestras reuniones pierden su espontaneidad y poder y el cuerpo local se empobrece.

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