jueves, 11 de diciembre de 2014

Devociones: "Ofrenda que agrada".

Cuando ofrendamos en forma natural y sencilla, con los ojos firmemente puestos en Dios quien es el objeto de nuestra adoración, seguramente evitaremos caer en el deseo de impresionar. (Mateo 6:1-18).

     Lo primero que escoge Jesús para ilustrar cómo se debe practicar la vida de piedad sin el deseo de ser visto es el de la ofrenda. Sospecho que esta elección es deliberada, pues en ningún aspecto de la vida es tan fácil confundir la verdadera espiritualidad como en cuestiones de dinero.
    Tendemos a creer ciegamente que cualquier persona que da generosamente ha alcanzado niveles singulares de devoción, pues nada produce en nosotros tanta  mezquindad como la posesión de riquezas materiales.
     Los fariseos y los escribas aprovechaban el "mensaje·" implícito de dar limosnas para sacarle el máximo de provecho a la práctica. Es decir, daban de tal manera que la mayor  cantidad de personas pudieran llegar a formar una buena opinión de ellos. Jesús deseaba señalar  a la multitud que todas las veces que practicamos las disciplinas de la vida espiritual pendientes del "que dirán", nuestra devoción no recibirá otra recompensa que los insignificantes aplausos de los que están a nuestro alrededor.
    Dallas Willard, reconocido escritor sobre las disciplinas de la vida espiritual, declara que el problema no está en que las personas nos vean realizando buenas obras, sino realizar las buenas obras con el exclusivo propósito de que los hombres nos vean. Es posible esforzarnos de tal manera que hacer las cosas a las escondidas que acabamos llamando la atención hacía nuestras personas. Mas el problema aquí radica en permitir que sea la opinión de los hombres lo que motive al corazón a dar. Es muy probable que muchos de nosotros nunca hayamos llegado al extremo de tocar trompeta cuando ofrendamos, aunque poseemos asombrosas habilidades para hacer "conocer" discretamente nuestro sacrificio.
     No obstante, en cuantas ocasiones hemos colocado una ofrenda en la bolsa o en el plato simplemente por la presión de que todos los que están a nuestro alrededor lo están haciendo. En tal caso no ofrendamos movidos por devoción al Señor sino por el miedo a que otros hablen mal de nosotros si no lo hacemos.
     Cristo señala un camino radicalmente dsiferente: "Pero cuando tú des limosna, no sepa tu izquierda lo que hace tu derecha, para que sea tu limosna en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará en público". Resulta imposible realizar esto en el plano físico, pues la mano izquierda está controlada por la misma mente que maneja la derecha. Sin embargo el principio que debe regir nuestra forma de ofrendar es que debe ser realizada de tal manera que no exista la posibilidad ni siquiera de que uno intente de impresionarse a uno mismo.
     Cuando ofrendamos en forma natural y sencilla, con los ojos firmemente puestos en Dios quien es el objeto de nuestra adoración, seguramente evitaremos caer en el deseo de impresionar.
     "Señor, cuán profundamente anhelamos ser aplaudidos. Este deseo enturbia y empaña nuestras mejores ofrendas a ti. Revela a nuestros ojos las confusas motivaciones de nuestro corazón. Purifica nuestras almas de todo lo que nos ata a este mundo. Sé tu nuestro deleite, nuestro todo, la razón de cada uno de nuestros actos de devoción. Amén".

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