lunes, 29 de diciembre de 2014

Devociones: " Indiferencia Divina ".

Darle al otro no lo que merece, sino lo que necesita es lo que asegura la eficacía de nuestros esfuerzos. (Mateo 9:9-13).

       En un devocional anterior, yo le preguntaba a usted: "¿El Jesús que usted conoce, asiste a fiestas? ¿Se ríe junto a los demás invitados? ¿Disfruta de un buen chiste? ¿Se deleita en los manjares que han sido preparados para los agasajados? ¿Degusta del vino que le sirven a los presentes?" En aquella ocasión estas preguntas surgían porque estábamos con el Cristo en una boda. Hoy, una vez más, lo vemos participando de un banquete. El relato nosa dice que "estando él sentado a la mesa en la casa, muchos publicanos y pecadores, que habían llegado, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos".
       Hemos observado cómo Jesús sistemáticamente rompe los esquemas de los religiosos. No tenemos mayores problemas con esto, siempre y cuando esos esquemas sean de los fariseos, mas no tenemos escapatoria; él comienza también a romper nuestros propios esquemas. Me temo que esto pueda señalar que cada uno de nosotros conservamos dentro de sí mismo, un pequeño fariseo. Es decir, como personas nosa gusta que la vida tenga un orden y una estructura determinada.
    El Señor, sin embargo, no respeta la armonía que pretendemos imponerle a nuestra existencia. Nos lleva una y otra vez por caminos en los cuales nos sentimos descolocados e inseguros. La experiencia no es grata, pero es el miedo más eficaz que busquemos refugiarnos en su persona.
     En esta ocasión vemos a Jesús en una cena, rodeado de pecadores y publicanos. Usted conoce el ambiente; los excesos no solamente se dan en la comida, sino también en la bebida, las anécdotas groseras y los comportamientos inapropiados. En medio de este entorno, indudablemente decadente, está Jesús, el Hijo de Dios. A decir verdad nos sentiríamos más cómodos si estuviera sentado en la primera fila de una sinagoga, estudiando algún manuscrito. No obstante, él está ahí, en medio de este ruidoso encuentro de pecadores.
      No podemos evitar el preguntarnos por qué estaba allí, la misma pregunta indignada que se hicieron los fariseos. Existe, sin embargo, otra pregunta de mayor peso que esta primera: ¿por qué es que los publicanos y los pecadores querían estar con él? ¿qué tenía Jesús que no tenían los fariseos? Evidentemente ellos se sentian amados por él y no condenados. Y usted, ¿tiene muchos amigos no cristianos? ¿Lo invitan a sus reuniones y encuentros? ¿quieren estar con usted, o simplemente se dan cuenta que están "condenados"? Con demasiada frecuencia nos adherimos a un estilo de vida que nos aísla de aquellos que más necesitan nuestra compañia.
    La vida de Mateo había sido trastornada. Acostumbrado al desprecio y al odío, Jesús le propuso una relación. Le había dicho, en efecto, "a mí me interesa tu compañia". El impacto fue tan dramático que invitó a todos sus amigos a conocer al hombre que se había fijado en él. Jesús, que amaba profundamente a las personas, aceptó gustoso la invitación. ¿De qué otra manera iba a conocer a los amigos de Mateo? Qué tremenda oportunidad? para amar.
Observe la reacción de los fariseos:
-¿Qué convicciones vemos detrás de su pregunta?
-¿Cómo contestó Jesús?
-¿Por qué citó el versículo que compartió?
-¿Qué nos indica acerca de sus prioridades? 
 

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