miércoles, 12 de noviembre de 2014

Devociones: "Alto honor".

El servir en el ministerio es un privilegio que solamente Dios puede conceder.
(Hebreos 5:4-5).

          A lo largo de los años me he visto envuelto en conversaciones que son reiterativas. Alguien se me acerca y me dice que quiere ir a un instituto o Seminario a estudiar "para recibirse de pastor". La forma de abordar semejante decisión revela cuánto ha impactado el modelo universitario sobre nuestra perspectiva acerca de una de las vocaciones más sagradas.
      Si bien el autor de Hebreos se refiere a la figura del sacerdote, no deja lugar a duda de que el honor de servir como representante del pueblo ante Dios no descansa en manos de los hombres. La tarea de seleccionar a quienes van a desempeñar esta tarea recae exclusivamente sobre la persona del Señor. Aunque no observamos una ausencia de voluntarios y aspirantes para el rol, el Señor es el que realiza el llamado. De esta manera, el Espíritu ordena a la Iglesia de Antioquía que separen a Pablo y a Bernabé. Del mismo modo el Apóstol Pablo señala, en Efesios 4, que Cristo  dio a la Iglesia apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros.
     Cuando no existe claridad sobre este punto es tentador comenzar a creer que uno le ha hecho un favor a Dios al involucrarse en los asuntos del Reino. Cuando nosotros somos los gestores de nuestra propia carrera resulta lógico aspirar  a alcanzar los lugares más altos dentro de ese medio. En la persona de Cristo, sin embargo, observamos el modelo con que trabaja el Padre. Jesús no escogió el rol, sino que le fue conferido el honor de ser Sumo Sacerdote. Y es precisamente la consciencia de este honor lo que le permiter trabajar para la gloria de quien se lo ha conferido.
     Quizás esta es también una de las razones por las que la vida del rey David brilla con tanta intensidad, a pesar de sus muchos errores y desaciertos. Aún cuando se encontraba en la cúspide del poder, David jamás olvidó de dónde lo había sacado el Señor. Tenía consciencia de que no había sido más que un humilde pastor de ovejas y sin embargo Dios lo había acompañado toda la vida. Como resultado se convirtió en una de las figuras más bellas e inspiradas del Antiguo Testamento, un hombre "conforme al corazón de Jehová".
      Del mismo modo sucede en Jesús, la consciencia de que ha sido escogido para un alto honor le permite servir, de todo corazón, al que lo ha llamado. El resultado de esta abnegada dedicación a su llamado es que el Padre lo corona de la gloria que no quiso buscar por sus propios medios. Esta gloria no consiste en los caprichos de la fama ni en los aplausos de las multitudes. Es un brillo que posee vida propia, de manera que transciende el paso del tiempo, porque descansa sobre la aprobación del Dios que creó los cielos y la Tierra. Por esta razón, la gloria de Cristo es sin igual. 
      

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