viernes, 21 de noviembre de 2014

Devocionario: "Perfeccionado".

La perfección de Jesús está relacionada a su capacidad de llevar adelante la misión encomendada: (Hebreos 2:10).

       El concepto de la perfección se emplea con frecuencia en el Nuevo  Testamento. Santiago, por ejemplo, señala que uno de los propósitos de las pruebas es que lleguemos a ser perfectos, sin que nos falte nada (Santiago 1:4). El apóstol Pablo declara que su meta es llegar a "presentar a todo hombre perfecto en Cristo Jesús" (Colosenses 1:28). Del mismo modo señala que la función de los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros que han sido dados a la Iglesia es "perfeccionar" a los santos para la obra del ministerio
(Efesios 4:12).
      La perfección de la cual hacen mención, sin embargo, no guarda relación con el concepto que hoy en día manejamos. Para nosotros la perfección describe un estado en el que algo o alguien no posea ningún defecto. En las Escrituras, sin embargo, la palabra perfección se refiere a que una persona o proyecto se alinea completamente con la voluntad de Dios. Es decir, está cumpliendo "a la perfección" el propósito para el que fue creado.
      Al afirmar el autor de Hebreos que Cristo fue perfeccionado no tiene en mente que existieran fallas en Jesús que debían erradicarse de su persona. Más bien significa que, encontrándose en la condición de humano, fue pro completo preparado para la misión que se le había encomendado, que era entregar su vida para redimir a la humanidad perdida.
     La herramienta que con más frecuencia emplea el Señor para lograr la perfección es el sufrimiento. Cumple en nosotros la misma función que el fuego en la purificación de un metal. El calor calienta de tal manera el mineral que comienza a separarse el metal de la roca que lo envuelve. Cuando el proceso se completa se logrará extraer del recipiente el metal puro, sin ningún resto de la roca que antiguamente la contenía.
      La imagen más dramática de este proceso de sufrimiento en la vida de Jesús la encontramos en su paso por Getsemaní. Experimenta, en su humanidad, la misma lucha que nosotros sentimos: hacer o no hacer la voluntad de Dios. Una intensa batalla se libra en los recesos más recónditos de su persona y , eventualmente, emerge en paz. Ha decidido rendirse por completo a la voluntad del Padre.
      Es en esta condición de obediencia absoluta que se encuentra en el estado óptimo para ser un instrumento útil en las manos del Padre. No existen en él vestigios de resistencia a ser dirigido y va, con completa docilidad, por el camino que el Padre ha escogido para él.
     Nosotros, como colaboradores en la obra que él lleva adelante, podemos esperar un proceso similar en nuestra vida. Por medio de una diversidad de pruebas Dios irá quitando de nosotros toda impureza hasta que alcancemos esa bendita condición en la que nuestro único deseo sea hacer lo que a él le agrada.

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