"El amor no hace mal al prójimo; Así que el cumplimiento de la ley es el amor". (Romanos 13:10)
Hemos escuchado que David fue amado por Dios y que tenía un corazón que agradaba a Dios. Sin embargo, esto no significaba que David fuese perfecto, pues en el pináculo de su exitosa vida, también se equivocó, se nublo su entendimiento, cayo en tentación y peco contra Dios y contra los hombres; la grandeza de su carácter fue demostrada cuando reconoció su error o pecado y se arrepintió. Entonces Dios lo perdono y el aprendió la lección y su dolor y arrepentimiento dieron origen a unos de los mas bellos salmos que encontramos en La Biblia.
De la misma manera sucede con los hijos de Dios actualmente; Dios no espera que seamos perfectos en todo el sentido de la palabra, sino que reconozcamos nuestros errores, nos arrepintamos y pidamos perdón y El, que es fiel y justo, siempre estará allí para perdonarnos, darnos una mano y ofrecernos segundas, terceras, cuartas e infinitas oportunidades de rehacer nuestra vida, de enderezar nuestros pasos y corregir nuestros caminos.
No importa cuantas veces caigamos, Dios esta allí para sostenernos de su mano derecha y ayudarnos a empezar de nuevo; pero es necesario que nosotros seamos humildes al reconocer nuestros defectos y tengamos un firme propósito de permitir que Dios transforme nuestra vida, quite la suciedad y circuncide nuestro corazón y para ello, debemos afinar nuestro oído a escuchar la voz de Dios y estar atentos a lo que Él tiene que decirnos; su voz puede venir de muchas maneras a través de su Espíritu, nuestra conciencia, en nuestros pensamientos, en la predica, en la lectura de su palabra, en las palabras de otros o simplemente en las circunstancias y consecuencias que nosotros mismos provocamos con nuestras acciones.
Esto nos lleva indiscutiblemente a una sola conclusión: Dios esta trabajando en nuestro interior, esta transformando nuestra vida, esta quitando todo lo que no le agrada y esta enderezando nuestros caminos para que andemos conforme a su perfecta voluntad.
"Ahora, pues, temed a Jehová, y servirle con integridad y en verdad; Y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del rio, y en Egipto; y servid a Jehová".
(Josué 24:14)
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