martes, 5 de febrero de 2019

Devociones: "¡Si, es grave! ".

              "Todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios".
                                             (Romanos 3:23)
            "La sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado". 
                                                (1 Juan 1:7)

     "El dulce pecado" es el lema de una pastelería ubicada en una esquina. Esta invita al transeúnte a satisfacer su guía calificada como "dulce pecado".
     Reflexionando en la asociación de estas dos palabras, pienso en lo que el pecado le costó a mi salvador: terribles sufrimientos en la cruz, la ira y el abandono de Dios. El clamor desgarrador de Jesús crucificado proclama enérgicamente la terrible gravedad del pecado a los ojos del Dios Santo. No, Dios no trata el pecado con ligereza ni indulgencia. Él mide toda su gravedad, no según nuestros criterios, sino según su absoluta santidad. Si él hubiera podido cerrar sus ojos sin condenar el pecado, Jesús jamás hubiera sido crucificado. Dios nunca dice, cómo nosotros: "No es tan grave". ¡Sí, es grave! Es tan grave que Dios tuvo que sacrificar a su amado Hijo para resolver este terrible asunto.
   En los evangelios Jesús revela el amor de Dios hacia el hombre pecador. Sin embargo, en ningún caso deja suponer que se pueda ser tolerante con el pecado. Cuando le llevaron una mujer sorprendida en adulterio, no la condenó, pero le dijo: "Vete y no peques más" (Juan 8:11). A lo largo de su vida, Jesús supo lo que le costaría la presencia del pecado en el mundo. Vino para revelar el inmenso amor de Dios y, a la vez, su perfecta santidad ofreciéndose a sí mismo en sacrificio. Y Dios castigó a su Hijo, sin ahorrarle sufrimientos, para perdonar al pecador que se arrepiente.
    Dios no puede soportar el pecado. Pero lo borra al precio de la sangre de su propio Hijo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario