jueves, 29 de enero de 2015

Devociones: "Cuidemos el espíritu, el alma y el cuerpo".

Es espíritu: Por fe y por gracia, Jesucristo nos ha reconciliado con el Padre por medio de su sacrificio en la cruz y su resurrección, nos ha concedido el favor de vivir eternamente para Él; es decir, muestro espíritu cobró vida por medio del Espiritu de Dios que nos fue dado al creer en Jesucristo nuestro Señor. Por lo tanto, ya no hay condenación para los que pertenecemos a Cristo Jesús; y porque pertenecemos a Él, el poder del Espíritu que da vida nos ha libertado del poder del pecado. Ahora, ya no seguimos a nuestra naturaleza pecaminosa sino que seguimos al Espíritu de Dios, y muestra de ello son los frutos que su divina presencia produce en nuestra vida amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.
   Su Espíritu se ha unido a nuestro espíritu para confirmar que somos hijos de Dios. Así que como somos sus hijos, también somos sus herederos. De hecho, somos herederos junto con Cristo de la gloria de Dios; pero si vamos a participar de su gloria, también debemos participar de su sufrimientos; esto es, morir, dejar de vivir en el pecado que satisface al mundo y a los deseos de nuestra carne (Romanos 8:1-17).
El alma: Los que están dominados por la naturaleza pecaminosa piensan en cosas pecaminosas, porque es precisamente lo contrario de lo que quiere el Espíritu: inmoralidad sexual, impureza, pasiones sensuales, idolatría, hechicería, hostilidad, peleas, celos, arrebatos de ira. ambición egoísta, discordias, divisiones, envidias, borracheras, fiestas desenfrenadas y otros pecados parecidos. Cualquiera que lleve esta clase de vida no diga que es hijo de Dios, porque los hijos de Dios no se comportan de esta manera; por lo tanto, no heredarán el reino de los cielos. (Gálatas 5:22-23).
  Sabemos que nuestra antigua naturaleza pecaminosa fue crucificada con Cristo para que el pecado perdiera su poder en nuestra vida. Ya no somos esclavos del pecado. Pues, cuando morimos con Cristo, fuimos liberados del poder del pecado, y dado que morimos con Cristo, sabemos que también viviremos con Él. (Romanos 6:6).
    Por lo tanto, quitémonos nuestra vieja naturaleza pecaminosa y apartémonos de nuestra antigua manera de vivir, la cual está corrompida por los deseos engañosos. En cambio, dejemos que el Espíritu nos renueve los pensamientos y las actitudes. Vistámonos con la nueva naturaleza creada para ser a la semejanza de Dios, quien es verdaderamente justo y santo (Efesios 4:22-24).
     No intentemos las conductas ni las costumbres de este mundo, más bien dejemos que Dios nos transforme en personas nuevas al renovar nuestra mente y así conoceremos la voluntad de Dios (buena, agradable y perfecta) y alienados a su voluntad realmente viviremos y nunca más estaremos separados de Él 
(ver Romanos 12:2-3).
El cuerpo: No permitamos que el pecado controle la manera en que vivimos, no caigamos ante los deseos pecaminosos. No dejemos que alguna parte de nuestro cuerpo se convierta en un instrumento del mal para servir al pecado. Por el contrario, entreguémonos completamente a Dios, porque antes estábamos muertos pero ahora tenemos una vida nueva. Así que usemos todo nuestro cuerpo como un instrumento para hacer lo que es correcto para la gloria de Dios (Romanos 6:12-13).
   ¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo, quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios? Ustedes no son sus propios dueños; fueron comprados por un precio. Por tanto, honren con su cuerpo a Dios. (1 Corintios 6:19-20).
    Entreguemos nuestro cuerpo a Dios por toda gracia que nos ha concedido, que sea un sacrificio vivo y santo, la clase de sacrificio que a Él agrada. Esta es la manera en que Él quiere que le adoremos, en espíritu y en verdad.
 (Romanos 12:1, Juan 4:22-24).
    Nuestro cuerpo fue creado para el Señor, y al Señor le importa nuestro cuerpo. Nuestros cuerpos en realidad son miembros de Cristo, por lo cual, debemos protegerlo de toda contaminación pecaminosas. (1 Corintios 6:12-18).
   Así que, ante Dios somos responsables de alimentar nuestro espíritu permanentemente con la palabra de Dios, para que seamos transformados y santificados según su perfecta voluntad.
    La única manera que nos garantiza el vivir y permanecer en el Espíritu para que nuestro espíritu, alma y cuerpo estén completamente alienados a la voluntad de Dios, es permanecer en su palabra, en su verdad, por supuesto, después de haber recibido el regalo de la salvación por la fe que nos concede en Cristo Jesús nuestro Señor.
    Jesús dijo: "Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el que la cultiva. Si una de mis ramas no da uvas, la corta; pero si da uvas, la poda y la limpia, para que dé más. Ustedes ya están limpios por las palabras que les he dicho. Sigan unidos a mí, como yo sigo unido a ustedes. Una rama no puede dar uvas de si misma, si no está unida a la vid, de igual manera, ustedes no pueden dar fruto, si no permanecen unidos a mí" (Juan 15:1-4)

   ¡No podemos decir que vivimos en el Espíritu si estamos separados de Cristo, y no podemos decir que estamos unidos a Cristo cuando no pertenecemos en la palabra de Dios y vivimos como viven los que aman el mundo, en el pecado!
  

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